
(Para Luis Carvajal, Leibi NG, Sol Lora, Manuela Rodríguez, Rey Iglesias, Luchy Placencia)
Aunque a veces he pasado larguísimos períodos sin leerlo, su nombre ha sido motivo de debate estos últimos días entre algunos amigos y contertulios, por lo que he regresado, como quien conoce muy bien el camino a casa, a la lectura de este poeta que fue muy importante para mi poesía más joven.
Conocí a Roque Dalton en el año 1978, cuando empecé a estudiar en la UASD y se iniciaba mi militancia de izquierda. Lo encontré metido en uno de los dos millones de libros que traje de La Habana, cuando todavía mi pasaporte tenía la leyenda balaguerista “Prohibido viajar a Rusia y sus satélites”. Mi madre, que ya no está, me acompañó en aquella primera histórica vez en que aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Las Américas un avión de Cubana de Aviación. Mi pasión por la revolución cubana y los mimos a los que siempre estuve acostumbrada me garantizaron un boleto de ida a esa ciudad que a lo largo de mi vida tanto he amado y en la que también fui monumentalmente amada . Eran los días previos al Festival de la Juventud y la efervescencia de La Habana no tiene en mi memoria comparación con nada. Saliendo de la adolescencia, izquierdista furibunda, bebí cada detalle de aquél viaje y compré todos los libros y discos que mi maleta aguantaba.
Recuerdo mis lágrimas en la Bodeguita del Medio cuando vi la firma de Salvador Allende, mi pecho encendido con todas las tonalidades del rojo frente al inmenso afiche del Ché en aquél Ministerio que abandonó para luchar como Bolívar por la unidad latinoamericana, ya legendario; el ataque de asma que me provocó ver la boina de él con su estrella en el Museo de la Revolución; el sombrero de Camilo Cienfuegos y el mismísimo Granma. Los poemas de Martí en el Museo de Historia, los manglares en Bahía de Cochinos, los carros de los años 40 y 50 rodando perfectamente por la calle y los pqueños pioneros con sus uniformes rojos caminando por mi Cuba revolucionaria.
El grupo que me acompañaba, donde yo destacaba como personaje más joven, era bastante variopinto. Padres de mis amigos burgueses, los Read (el hermano de Donald, para ser más exacto), los Navarro (padres de Raulito, novio de una amiga mía de infancia) y otros más, iban por pura curiosidad turística. Perredeístas en la oposición, peledeístas en ciernes (Felucho estaba entre ellos), bohemios como Guillermo Cordero (el padre de María), entrañables como el Dr. Manuel Miniño, Sonia Caba, mis primos Marylouise Ventura (que nunca se separó del Ballet de Alicia Alonso, pero me enseñó a pintarme los labios de rojo en aquél viaje) y Luis Garrido(quien lo había organizado), Anabelle Batlle y otros que puedo estar fácilmente olvidando, iban sin cinturones de seguridad por aquél primer tour dominicano a la Cuba revolucionaria.
Pero ¿de qué estoy hablando? si yo de lo que quería hablar era de Roque Dalton, del impacto de su poesía en mí, luego de encontrarlo en esa gordita antología de Casa de las Américas llamada Poesía Trunca. Aquél poeta que hablaba tan naturalmente del olor del sudor y del sexo cuando se hace el amor, de la belleza en ausencia de afeites, etc., muy rápidamente me convenció de andar por ahí sin maquillaje y con el cabello desgreñado. Su poema “Desnuda” llenó muchas horas de plenitud, leyéndolo y memorizándolo, para aplicarlo a mis primeras incursiones en los amores “de adultos”, por llamarlos de alguna manera.
Desnuda
Amo tu desnudez
porque desnuda me bebes con los poros,
como hace el agua
cuando entre sus paredes me sumerjo.
Tu desnudez derriba con su calor los límites,
me abre todas las puertas para que te adivine,
me toma de la mano como a un niño perdido
que en ti dejara quieta su edad y sus preguntas.
Tu piel dulce y salobre que respiro y que sorbo
pasa a ser mi universo, el credo que se nutre;
la aromática lámpara que alzo estando ciego
cuando junto a la sombras los deseos me ladran.
Cuando te me desnudas con los ojos cerrados
cabes en una copa vecina de mi lengua,
cabes entre mis manos como el pan necesario,
cabes bajo mi cuerpo más cabal que su sombra.
El día en que te mueras te enterraré desnuda
para que limpio sea tu reparto en la tierra,
para poder besarte la piel en los caminos,
trenzarte en cada río los cabellos dispersos.
El día en que te mueras te enterraré desnuda,
como cuando naciste de nuevo entre mis piernas.
Como dato curioso podría agregar que me imaginaba a Dalton de muchas maneras; eran tiempos sin internet y los libros en los que lo conocí no tenían fotos. Esa curiosidad, como ven, puede ser plenamente saciada para las nuevas generaciones de lectores del salvadoreño.
Roque Dalton, fue un ser extraordinario destinado a la belleza, la resistencia, la militancia descarnada y la tragedia.
Ensayista, abogado y antropólogo, además de poeta, nació en el 1933 en San Salvador. Con formación jesuita, se educó en El Salvador, Chile y México. Desde muy joven (él siempre lo fue) militó en el partido comunista salvadoreño aunque nunca abandonó la literatura y la poesía como oficios fundamentales. Entre los galardones que conquistó con una vasta producción poética, se destacan el haber ganado tres ocasiones el Premio Centroamericano de Poesía, así como el Premio Casa de las Américas y otros. Sus libros fueron prohibidos durante muchos años en su país, aunque hoy es uno de los poetas salvadoreños más leídos y su “Poema de Amor” es prácticamente un himno para El Salvador.
Su vasta obra poética incluye títulos como Mía junto a los pájaros, de 1957, La Ventana en el rostro, de 1961, El Mar en 1962, El turno del ofendido en 1963, Los Testimonios en 1964, Poemas, publicado en 1968, Taberna y otros lugares, en 1969 y Los pequeños Infiernos, en 1970.
Varias veces encarcelado por su militancia comunista, clandestino, trashumante en los países de Europa Oriental y en Cuba, fue asesinado el 10 de mayo del 1975, cuatro días antes de cumplir los cuarenta años, por sus mismos compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), guerrilla a la cual pertenecía, por una falsa acusación de ser agente de la CIA. Eran tiempos terribles y generosos en disparos.
En mucha de su poesía asoma aquél revolucionario que fue capaz de ir más allá de las palabras para defender sus ideas. Personalmente, yo lo considero un visionario. Tocó temas importantes para el feminismo, la resistencia, el amor, la libetad y los problemas sociales de su país y de nuestra región.
Dos poemas de amor (estos no porque sean mis favoritos ni los mejores, sino porque me están hablando) y uno premonitorio, quiero dejar en mi blog como un pequeño homenaje. Para que quede su voz aquí, donde es reclamado.

Mi amor por ti es mucho más que amor…
Mi amor por ti es mucho más que amor,
es algo que se amasa día a día,
es proyectar tu sombra junto a mí,
hacer con ellas una sola vida.
Las miradas que ya al conocer
se hablan entre sí en la distancia,
no hacen falta palabras…qué más da!
si ya interpretamos lo que claman.
Los mil detalles que tienes tú por mí,
mi descaro al advertir en lo que fallas,
el sincerarme cuando hay que decir
lo que sinceramente no se calla.
Mi amor por ti es mucho más que amor.
Mi amor por ti es como una nevada,
un torrente de luz, algo tan bello…
como ponerse el sol o amanecer el alba.
Tu compañía
Cuando anochece y tibia
una forma de paz se me acerca,
es tu recuerdo pan de siembra, hilo místico,
con que mis manos quietas
son previsoras para mi corazón
Diríase: para el ciego lejano
¿qué más dará la espuma, el polvo?
Pero es tu soledad la que puebla mis noches,
quien no me deja solo, a punto de morir.
Somos de tal manera multitud silenciosa…
Alta hora de la noche
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendrá la muerte y el reposo.
Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,
sería el tenue faro buscado por mi niebla.
Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.
No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.
No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto
desde la oscura tierra vendría por tu voz.
No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre,
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.
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